En una entrevista preguntaron a David si merecía la pena jugarse la vida en cada reportaje. No titubeó en su respuesta: absolutamente. Se sentía un privilegiado por tener la oportunidad de hacer preguntas que fueran respondidas, y con suerte por poder aprender, cada día más, verdades sobre la naturaleza humana aún en las condiciones más extremas de la realidad.
Morir por intentar hacer del mundo un lugar mejor para vivir, por ser nuestros ojos y oídos allí donde pocas personas se atreven a entrar, por dar voz a aquellos a los que no se les escucha, por mostrar imágenes de las realidades más difíciles y olvidadas.
Hoy no hay consuelo, pero intentaremos aliviar nuestro dolor con eso, con que se ha marchado contando, haciendo realidad sus sueños, aprendiendo él y enseñándonos al resto.
Humildad, perseverancia, cercanía, honestidad, valentía, justicia, comprensión, empatía… valores a los que David ha dado su significado en nuestro pueblo, valores que ha transmitido en cada uno de sus saludos por la empedrada, en cada anécdota, en cada brindis, en cada documental grabado y, por supuesto, en cada colaboración con la escuela, la de su madre, Angelines, la de su hermano y sus sobrinos, la de sus primos, la de sus amigas y amigos, la de todos nosotros, su escuela.
Escuela a la que inspira, a la que enseña, a la que siempre volvía y de la que no se va a marchar, aunque ya no esté.
Gracias por tu generosidad pues, sin periodistas como tú informando desde zonas en conflicto, sabríamos aún menos de los motivos que obligan a huir a millones de personas. Gracias por atreverte a compartirlo y por servir y servirnos de inspiración como alumnos, como maestras, como personas.
Gracias por llevar Artajona al mundo y acercarnos el mundo aquí. Como artajonés universal que decías que eras, tu sueño era contar el mundo desde el Cerco, y así has conseguido hacerlo.
Gracias David.
(Sandra Iriarte)
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